Genealogía del trazo
18 de Julio 2015
La exposición que hoy presenciamos en la Galería Nudo presenta trabajos producidos por el maestro Alejandro Santiago en el año 2006 durante un viaje por Europa, que hasta donde sé incluyó una visita a la Bienal de Venecia en Italia. Por su parte, su hijo Lucio Santiago, también presenta una serie de obras que nacen de su reciente viaje también al Viejo Continente, en especial, de un dialogo artístico que entabló con diversas piezas alusivas a la Venus u Afrodita, que se encuentran entre las colecciones del Museo del Louvre. Así pues, podemos apreciar cómo ambos creadores, a pesar de situarse frente a las obras clásicas o contemporáneas de la escena y la historia del arte europeos, mantienen ambos su propia posición individual, su estilo, su carácter personal sin dejarse apabullar frente las grandes creaciones de los Museos y los eventos más importantes de dicho continente. Lucio y su padre realizaron año con año viajes a Europa desde que el primero era un niño, de hecho pasaron allá temporadas largas, especialmente en Francia, pues Alejandro tenía la necesidad de crear dentro de su trabajo artístico un estilo menos encerrado en los lugares comunes del folclorismo en el que cayeron muchos de los artistas oaxaqueños de su generación, intentando continuar la escuela de creadores como Rodolfo Morales. Alejandro prefirió romper y hacer un cuerpo de obra más libre y se nutrió continuamente de las expresiones artísticas de otras regiones del mundo para configurar su estrategia estética y su posición expresionista ante el arte. En ese sentido, pareciera haber absorbido con intensidad la lección que lanzara el maestro Rufino Tamayo con una frase: “Hay que hacer un arte con los pies hundidos en la tierra pero los ojos puestos en el universo.” La mayoría de los artistas que estudiaron en el taller Rufino Tamayo a la par o antes que Alejandro Santiago, no supieron entender esa premisa y se dedicaron a trabajar lugares comunes en el arte oaxaqueño, tanto temáticamente como en su estilo y forma.
Lucio Santiago creció pues en este vaivén, su padre lo llevaba lo mismo a los talleres de los artesanos del barro por todo nuestro país o con los talladores de madera que hacen alebrijes, que a la Bienal de Venecia o al Pompidou. Alejandro podía obsesionarse con la idea de ver el penacho de Moctezuma en el Museo de Viena o querer asistir a la inauguración de la última exposición en Berlín de Anselm Kiefer o Jörg Immendorff. Este cosmopolitismo que hacía un péndulo entre el arte de los pueblos del mundo, el arte contemporáneo o las creaciones clásicas del arte occidental, fueron formando tanto el estilo inconfundible de Alejandro como la `posición de Lucio conforme fue adentrándose a la gráfica, la instalación y la pintura.
Al contrastar en las mismas salas la obra de ambos, pareciera que hay terrenos que los vinculan, ambos tienen esa estirpe expresionista, sin embargo, la obra de Lucio tiene un tamiz que pasa también por los lenguajes del pop. Esas formas que simulan estallidos de cómic, hacen ver algo que está presente en sus diversas series recientes y es el vínculo con los lenguajes de la caricatura, la historieta y la animación. Las piezas de Lucio tienen su origen también en apuntes hechos en papel en las propias salas del Museo Louvre y las obras de Alejandro, se tratan de algunas de las cientos de piezas que produjo en sus viajes en papel, pues Alejandro nunca dejó de crear durante sus recorridos por el mundo, sino al contrario, buscaba hacer reflexiones creativas de lo que estaba viviendo en su deambular por las distintas regiones que visitaba, como en este caso, que al ver los temas del desnudo, la mujer, los caballos, que él tanto abordaba, desarrollados por los artistas del renacimiento o el setecciento veneciano, en lugar de influirse por ellos, le sirven para reformar su estilo de atomizar, deconstruir la figura, apropiarse de ella con su línea irreverente que pone a dar maromas al tema clásico del desnudo por ejemplo. Es por ello que siendo esta exposición un homenaje a su padre, Lucio retoma esa posición que quiebra el clasicismo, y se apropia de la Venus transformándola en una diosa más de la tierra, una diosa más mesoamericana y va desollando el cuerpo femenino, lo hace desmembrarse como Coyolxahuqui , entre nopales que vuelan en una explosión por los aires. Mientras que las piezas de Alejandro hacen un gesto desacralizador del arte y la estética occidental, Lucio busca a partir de las estatuas mutiladas de Venus, apropiarse de un pretexto y manifestar su visión sobre el momento y la violencia actual que se vive en México, haciendo que la diosa del amor, se transforme en una descarnada imagen de nuestro caótico devenir nacional.
En este caso, los papeles de Alejandro trabajados con lápices acuareleables, generan una calidad visual que por momentos lo acercan a los pasteles y el carbón, pero cuyo discurso cromático no es al que nos tiene acostumbrados. En los óleos y acrílicos, Alejandro tenía otro punto de encuentro con el quehacer de su hijo, pues su gama de colores se tocan en muchas composiciones. En aquel viaje que Alejandro realizó estas piezas, Lucio lo acompañó y recuerda verlo en el baño del hotel humedeciendo los papeles para luego abordarlos con estos lápices de acuarela que generan una gama de texturas visuales muy variadas. Ya para ese entonces, Alejandro se encontraba totalmente sumergido en Oaxaca en la creación de su famosa serie de los 2501 migrantes, y quería darse una pausa en el trabajo incansable de dar forma a este verdadero ejército de barro. También en ese año, Lucio ya estaba estudiando para impresor de litografía y grabado en la Ceiba Gráfica en Coatepec Veracruz, donde yo era director en ese momento. Viendo hacia atrás, ahora entiendo que fue un año determinante para ambos, Lucio se inclinó hacia las artes visuales y fue paulatinamente dejando atrás la música, mientras que Alejandro terminó la obra más importante de su carrera, la que lo enlazó a las creaciones monumentales de México como los murales de Diego Rivera. Generar este espacio de dialogo creativo entre padre e hijo, a dos años del fallecimiento de Alejandro Santiago, es algo que debemos agradecer al arte y a la intuición de Alcides Fortes, amigo cercano de ambos creadores.
Fernando Gálvez de Aguinaga