No sé bien a qué hora
Si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso.
-Carlos Monsiváis-
No sé bien en dónde trazar las fronteras entre el arte pop, el kitsch y el naif en la obra de Barry Wolfryd. Y es que su arte creció y se desarrolló primero en su natal Los Ángeles, ciudad que poco a poco fue volviéndose otra vez parte de México, pues la cantidad de mexicanos que ahí viven han configurado su perfil a tal grado, que es la segunda metrópoli del mundo con más mexicanos después de nuestra monstruosa capital. Eso ya era suficiente para que el arte de Barry fuera híbrido. Pero él se vino a vivir a México, justo cuando nuestra propia cultura se ha visto más invadida y transfigurada por la cultura mediática norteamericana, así que parece que su vida y su arte son un juego de reflejos marcados por la cultura popular de ambos lados, como se hace evidente en esos nichos tan típicos de México en los que en lugar de un santo o una virgen venerados por el pueblo se ha pintado una sagrada lata de beans, no de frijoles. Así es, México ha transfigurado la dieta norteamericana con su gastronomía, pero Estados Unidos nos la devuelve enlatada, industrializada o en fast food, y nosotros la consumimos alegremente. Las obras de este artista muestran estas idas y vueltas, estos intercambios y metamorfosis de la realidad a través de las imágenes y del humor: si hay un pintor irónico en la escena nacional o binacional, ese es el buen Barry. No hay aquí espacio para explicar cada obra de esta exposición, pero el hombre que corre con un portafolios en mano sobre un cilindro estampado con imágenes icónicas del narcotráfico, parece representar esta nueva cultura de las apuestas, time is money, violencia como sistema y vidas cortas pero llenas de fortunas artificiales, un estilo de vida que casualmente se instaló y nos llegó enlatado junto con el Tratado de Libre Comercio. ¿O no nos hemos dado cuenta de la coincidente línea de crecimiento del Tratado de Libre Comercio con el crimen organizado, como señala ahora el locuaz Trump, con cierta verdad mañosa en su bocota, pero callándose el hecho de que México también se infestó de armas y violencia que nos llegaron del otro lado? Pero la obra de Barry ni juzga, ni sermonea, lo que él hace es registrar los híbridos visuales, los discursos que resumen las imágenes, y reconfigurarlos en un arte que parece una suma de tiempos y culturas, pero que en realidad es esta licuadora cultural del hoy, este túnel simultáneo donde pasa todo al mismo tiempo y descubrimos que el futuro era retro y la vida es tener vecinos armados hasta los dientes que se disfrazan de buenos y nobles ciudadanos. No sé bien a qué hora Barry se volvió mexicano, pero su pintura, sus cerámicas, sus objetos, nos proyectan con mucha más claridad de lo que nosotros nos entendemos, y cuando digo nosotros, hablo de lo que nos está pasando en ambos lados de la frontera.
Fernando Gálvez de Aguinaga